30 abr 2013

De la primera vez y los regresos.

Hola, bastante tiempo sin andar por acá, una disculpa por eso. Para quienes no lo saben, mi mamá estuvo internada en el hospital y pues se me dificultaba entrar a internet y, con todo el asunto, hasta escribir me resultaba casi imposible. El chiste es que volví y les estaré subiendo cuentitos y cosas como de costumbre, una o dos veces por semana.

Ahora sí, éste relato no es nuevo en el estricto sentido de la palabra, éste relato lo escribí para el concurso Letras de mi primera vez, de FCE. No ganó nada, así que se los vengo a compartir. Es ficción, para que no anden ahí imaginándose cosas, o mejor sí, total.


Aroma a fresas.

Desperté. Me dolía el cuello, las piernas, los brazos. La garganta me ardía y sentía como si un camión me hubiera pasado encima. 

En el baño, miré mi rostro en el espejo. El labio inferior tenía rastros de sangre. Un moretón se extendía desde la clavícula hasta detrás de la oreja, aunque, viendo más de cerca, resultaban ser muchos moretones que, en conjunto, le daban un tono púrpura a la piel. Mi cabello desaliñado, pero sobre todo el hecho de encontrarme en bragas, me recordaron lo que había pasado la noche anterior en flashazos que hacían que la cabeza me palpitara. 

Nunca te había visto antes, pero me llamaste la atención ahí, al fondo del escenario. Tus brazos se movían demasiado rápido mientras tocabas la batería y yo me había tomado demasiadas cervezas como para no notarlo. Volteaste a verme, sonreíste y yo respondí de la misma forma. 

De pronto estábamos los dos, detrás de las cortinas negras que nos protegían de los que ahora ocupaban el lugar. Los gritos de un par de cientos de adolescentes, como nosotros, cubrían los pequeños gruñidos que soltabas cuando te mordía la oreja. La borrachera se me pasó completamente cuando llegaste por detrás a donde yo estaba y me dijiste que mi cabello olía a fresas. Entre nervios y emoción, sumados a la adrenalina de estar ahí, donde en cualquier momento nos podían encontrar, hicieron que me sintiera tan excitada que sentía que en cualquier momento iba a explotar algo dentro de mí. 

Sentía tu lengua dentro de mi boca, sentía tus manos dentro de mi blusa, abrí los ojos de golpe cuando sentí como me desabrochabas el brasier. Entonces me miraste en respuesta con esos ojos verdes y suavemente volviste a abrocharlo y acomodarlo. Éste no es lugar para lo que tengo en mente, ni para lo que te mereces, dijiste a mi oído y me tomaste de la mano, llevándome hasta tu auto. Mientras conducías hacia tu casa, yo jugaba con el estéreo. Música de bandas que no conocía, tu mano en mi pierna, sonriendo de lado. Me gusta tu nombre, dijiste mientras rodeabas con las yemas de los dedos el contorno del tatuaje en mi mano. 

Abriste la puerta con una mano, mientras con la otra me tomabas de la cintura y nos besábamos como si no hubiera mañana, o al rato. Ya adentro, me cargaste de las nalgas y pusiste contra la pared, unos lloriqueos desde el otro lado de la sala nos interrumpieron. Ah, sí, él es Milo, dijiste mientras con una mano te quitabas la camiseta y con la otra me sostenías contra la pared. Me mordías el cuello, una, otra y otra vez, sin que yo hubiera sabido nunca el efecto que eso provocaba en mí. Me bajaste el pantalón, con todo y pantis, y ahí, en el piso de la sala, todo pasó. 

El dolor desapareció y sentía la entrepierna adormecida, te levantaste, completamente desnudo y me terminaste de desvestir. Besaste mi frente y me llevaste cargando hasta la cama. Milo fue tras de ti. 

Me miro en el espejo una vez más, veo tu reflejo acercarse por detrás. Aún hueles a fresas.

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